Hoy hay algo en el aire que pesa demasiado y, extrañamente, me siento más ligera que el resto de días. Supongo que el viento arrastra los lazos que me ataban al maldito miedo que, una vez más, intentó paralizarme por temor a quedarse atrás y acabar completamente solo. He decidido no volver a agachar la cabeza aunque la tristeza me aplaste y estoy dispuesta a recoger de uno en uno todos los sueños que se ahogaron en cualquier esquina, en el fondo de un vaso lleno de alcohol engañabobos, en unos ojos que no supieron ver lo que tenían delante. En donde sea, pero los recuperaré porque son ese algo que me falta. Ese boquete que permite el paso de este aire gélido a mis entrañas congelando hasta las ganas de respirar. Y no. Este invierno es demasiado largo como para andar con parches. Ya va siendo hora de hacer las cosas bien. Puede que mis métodos no sean los más acertados, pero son los que conozco. Y seguiré siendo un corazón errante para el que la distancia no sea más que un punto unido a otro en un trozo de papel. A veces la distancia no implica kilómetros de por medio. Intentaré por todos los medios que sea la distancia que existe ahora la que permanezca mucho tiempo y que no sea la lejanía la que se instale en mi vida. Prefiero pensar que soy un punto unido a otro por una línea que no un punto lejano a otro que en un tiempo estuvo sólo a la distancia de una línea.