"Yo lo noto: cómo me voy volviendo

menos cierto, confuso,

disolviéndome en el aire

cotidiano, burdo

jirón de mí, deshilachado

y roto por los puños

Yo comprendo: he vivido

un año más, y eso es muy duro.

¡Mover el corazón todos los días

casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario

morirse muchas veces mucho."

Pienso demasiado y actúo poco. Escribo porque no sé hablar. Al menos, no de mí. No de lo que siento. Amo la música por encima de casi todo. Y, tanto o más, amo el silencio. El mar, la luna, las estrellas. Adoro la lluvia. Siempre tengo frío. Las manzanas siempre se me oxidan por el lado que ya he comido antes de que termine de comerme el otro. A veces, sufro crisis de fe. Pero creo en la magia y en la belleza que duele. Odio el vacío. Y que me mientan. Me dan miedo las alturas y los bichos. Evito mirarme a los ojos en un espejo. Siempre se me riza el flequillo. Me gusta el café con leche poco cargado y con dos de azúcar. Y el té de fresa y rosa mosqueta, aunque prefiero mil veces un colacao templadito. Amo la risa de los bebés. Y la vida, aunque a veces pese como si de verdad cargásemos con ella al hombro. Soy muy fuerte, pero también muy frágil. Siempre he querido volar una cometa. Y montar en globo. Tocar una nube. No sé hacer el pino. Prefiero los pequeños detalles. Los abrazos largos. La versión que no se cuenta. Y soy de las que piensan que, cada año que se suma, es un capítulo nuevo. Completamente en blanco. Una nueva senda en un camino circular.

¡A ver qué nos deparan los 21!