Buscamos que tenga sentido.
Pero, a veces, nos encontramos con que, sin saber cómo,
hemos llegado al principio del fin. Otra vez. Para abrir una puerta suele ser
condición sine qua non cerrar otra. “Dios
no cierra una puerta sin abrir una ventana”; “Tú tienes las llaves de tu
destino”; “Otras puertas están esperando ser abiertas”.
A veces dicen que soy fría, pero es solo que no entiendo.
Lo racional es cerrar una puerta y buscar la forma de continuar.
Nos enseñan a entender que cerrar una puerta es algo natural. Necesario. Intrascendente.
Pero.
El frío, a veces, viene de dentro y nos paraliza. Quien no siente que la única reacción posible al
cerrar una puerta, sea quedarse irremediablemente atado a ella, merece esa
ventana, esas llaves, esas puertas. Y estrellarse contra ellas. Detrás de esa
puerta queda toda la vida tal y como la conocemos. Todos nuestros “yo” caídos y
magullados. Todos los sueños rotos. Todo por lo que luchamos algún día.
Aferrarse a esa puerta no es ser insensato. Es mostrar respeto al camino andado
que dejamos atrás.
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