Ayer hizo tres semanas que te fuiste. Me da vértigo la velocidad a la que está pasando el tiempo. Mañana tengo el examen de Farmacología Fundamental, uno de esos que os tenía tan preocupadas a mamá y a ti por lo que me juego con ellos. Es el primer examen de mi vida que voy a hacer sin que me desees suerte. Debería estar nerviosa. Debería estar histérica, tensa. Pero no lo estoy. Puede que no sepa todos los fármacos que vayan a preguntarme y que confunda procesos o efectos secundarios. Puede que haga una mierda de examen. Y aun así, me da igual. Miro a los demás y los veo agotados, tristes. Desesperados por dar la talla. Por demostrar que saben todo eso que el profesor dijo en su día o que el libro contaba y dentro de dos semanas recordarán vagamente o ni tan siquiera eso. Para ellos, la morfina es un opioide de acción central, estrictamente dosis dependiente con acción sedante, analgésica, antitusígena…y así hasta completar el listado de características. Para mí, es un fragmento de conversación en el pasillo del hospital, mamá llorando apoyada en tu cama mientras te sujeta la mano aunque tú ya no lo notes, un gotero que nos recuerda cuándo respirar, súplicas y discusiones con las enfermeras. Síntomas que no necesito consultar en ningún libro y que, quiera o no, no voy a poder olvidar en toda mi vida. Los diuréticos, los betabloqueantes, los IECAs…Así hasta completar un tercio del temario que mañana querrán comprobar que sé. Me da exactamente igual suspender. Odio que te hayas convertido en ese “algo” al que ahora mamá le pide las cosas cuando necesitamos suerte o que algo salga bien. No quiero pedirte que me ayudes a aprobar o a conseguir cualquier otra estupidez en un futuro. Quiero llegar a casa y pedirte un beso. Pedirte que me cuentes por enésima vez alguna de tus historias o que, por favor, tengas cuidado con alguna cosa que pueda hacerte daño. Te quiero a ti, aquí, poniendo velas y rezándole a los santos para que me salga bien. Repitiéndome que tengo que seguir estudiando mucho para llegar a ser una buena médico y poder curarte algún día.
domingo, 5 de junio de 2011
Ayer hizo tres semanas que te fuiste. Me da vértigo la velocidad a la que está pasando el tiempo. Mañana tengo el examen de Farmacología Fundamental, uno de esos que os tenía tan preocupadas a mamá y a ti por lo que me juego con ellos. Es el primer examen de mi vida que voy a hacer sin que me desees suerte. Debería estar nerviosa. Debería estar histérica, tensa. Pero no lo estoy. Puede que no sepa todos los fármacos que vayan a preguntarme y que confunda procesos o efectos secundarios. Puede que haga una mierda de examen. Y aun así, me da igual. Miro a los demás y los veo agotados, tristes. Desesperados por dar la talla. Por demostrar que saben todo eso que el profesor dijo en su día o que el libro contaba y dentro de dos semanas recordarán vagamente o ni tan siquiera eso. Para ellos, la morfina es un opioide de acción central, estrictamente dosis dependiente con acción sedante, analgésica, antitusígena…y así hasta completar el listado de características. Para mí, es un fragmento de conversación en el pasillo del hospital, mamá llorando apoyada en tu cama mientras te sujeta la mano aunque tú ya no lo notes, un gotero que nos recuerda cuándo respirar, súplicas y discusiones con las enfermeras. Síntomas que no necesito consultar en ningún libro y que, quiera o no, no voy a poder olvidar en toda mi vida. Los diuréticos, los betabloqueantes, los IECAs…Así hasta completar un tercio del temario que mañana querrán comprobar que sé. Me da exactamente igual suspender. Odio que te hayas convertido en ese “algo” al que ahora mamá le pide las cosas cuando necesitamos suerte o que algo salga bien. No quiero pedirte que me ayudes a aprobar o a conseguir cualquier otra estupidez en un futuro. Quiero llegar a casa y pedirte un beso. Pedirte que me cuentes por enésima vez alguna de tus historias o que, por favor, tengas cuidado con alguna cosa que pueda hacerte daño. Te quiero a ti, aquí, poniendo velas y rezándole a los santos para que me salga bien. Repitiéndome que tengo que seguir estudiando mucho para llegar a ser una buena médico y poder curarte algún día.
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7 comentarios:
Me has encogido el alma.
No puedo decir más porque te has comido mis palabras.
Dejando de lado toda consideración mística, hay ciertas cosas que permanecen. Como si fuese un colchón, ese ánimo, la fuerza que nos infunden ciertas personas, se mantiene aunque se hayan ido para siempre.
Un abrazo enorme, Cris. Y suerte con farmacología, seguro que lo harás genial.
ay, que daño.
Es genial tu texto y el blog!
te sigo, así puedo seguir leyendo estas grandesas!
Exitos!
hay una verdad que alguna vez alguien me la comento y es que cuando las personas tenemos pensamientos positivos atraemos todo lo positivo solo piensa en positivo y todo estara bien eres la constructora de tu propio mundo ...las cosas buenas siempre atraen cosas buenas ...suerte en todo
Ya lo he dicho, como parafraseando a Alí Chumacero: yo no creo en la felicidad, mucho menos en el pensamiento positivo. Creo, sí, en lo hermoso de la lucha y en que las palabras sanan. Por favor no dejes de escribir.
Besos.
Nunca he pasado por una experiencia similar con mi familia, pero leyéndote sentí dolor... El dolor que tal vez sentiré cuando a mis viejos les toque marcharse! También soy estudiante de medicina y me revienta el corazón los casos en los que la vida te recuerda que no eres ningún "Dios", que hay vidas que simplemente no puedes salvar; que al final tus habilidades no sirven de nada, cuando ya a el alma se le ha acabado su tiempo en la tierra. Escribes hermoso. Un abrazo grande!!
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