lunes, 10 de mayo de 2010


Es como si llevases siglos preparándote para dar un paso en el camino. El paso que hiciese que te liberases de todo el dolor que te retiene anclado en un punto. Cogiendo fuerzas. Aire. Cerrando heridas. Apretando tuercas. Aprendiendo de las cicatrices. Y en el momento en que levantases el pie del suelo para hacerlo, en que pareciese que por fin tenías una oportunidad, apareciesen dos mil manos que tirasen de ti para que no te muevas. Y peleas. Echas fuera todo el aire. Quemas toda la fuerza. Y lloras. Claro que lloras. Como un puto niño chico al que se la haya roto un sueño entre los dedos y viese horrorizado como el viento le arrebata cualquier posibilidad de reconstrucción. Así me siento. Impotente. Insignificante. Llena de rabia. Porque siempre vuelven. Siempre.

1 comentario:

Blueyes dijo...

La mejor forma para evitar que vuelvan las manos que te oprimen es olvidar su existencia, así que bórralas de tu mente y vuela.